El museo y la vanguardia: pequeña historia de una rebelión en tres episodios
Resumen
Desde la invención del museo, a finales del siglo XVIII, el artista ha mantenido con esta institución una relación cambiante, ambigua y compleja, pero decisiva para ambos. No es solo que, al desaparecer las viejas formas de mecenazgo del Antiguo Régimen, el museo devenga el único ámbito que garantiza la independencia del artista, sino que el hecho adquiere una dimensión ontológica: la fundación de la modernidad en el arte se yergue en el mismo punto en el que se constituye el museo. Su aparición significa que el artista no puede seguir trabajando como antes. Desde que Géricault pinta en 1818 su Balsa de la Medusa, con la secreta esperanza de ver su cuadro colgado junto a los grandes maestros del Louvre, hasta que Marcel Broodthaers, en 1968, pone en marcha su Museo de Artes Moderno, Departamento de águilas imitando todo lo que se espera de esa institución, para presentarlo como "un montón de nada", estos dos pilares de nuestra tradición moderna -la vanguardia y el museo- no han dejado de mirarse entre sí y han construido sus respectivos discursos sin olvidar la existencia del otro.
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