Justicia para todos: democracia terrestre*
DOI:
https://doi.org/10.17533/udea.rccp.323857Resumen
Los líderes del mundo se reunirán en la Cumbre para el Desarrollo Sostenible, en Johannesburgo, con el fin de evaluar el progreso que la humanidad ha hecho durante la última década en la transformación de su relación con la Tierra. Si ellos son honestos, tendrán que aceptar que hemos hecho sólo un progreso pequeño. La destrucción ecológica, la inequidad social, el descontento político y la alienación, están en aumento. Peor aún, no parece probable que en la Cumbre oficial hagan otra cosa que acordar medidas comparables al reacomodo de las sillas del Titanic.
Imagine por un momento que usted no es un ser humano, sino otro miembro de la comunidad de la Tierra - un pájaro, un árbol, una montaña o un río. Si usted es un animal silvestre es probable que su reserva genética se esté secando debido a que su hábitat se está reduciendo. Como un animal de granja, su cuerpo está probablemente lleno de antibióticos y estimulantes de crecimiento, su raza se enfrenta a la perspectiva de estar siendo diseñada genéticamente para aumentar 'la productividad'. Como un río, usted probablemente esté represado y contaminado, y ahora enfrente la perspectiva de ser secado en un esfuerzo vano para satisfacer demandas humanas insaciables de agua. Es obvio desde una perspectiva no-humana que la especie que se considera a sí misma la más inteligente en el planeta, está comprometida en la ruina de la comunidad ecológica dentro de la que hemos co-evolucionado durante millones de años.
Nuestra especie enfrenta una crisis mayor de gobernabilidad, y requiere cambios de largo alcance en la manera de regular el comportamiento humano, para el beneficio de la Tierra y todos sus habitantes.
Un buen principio sería reconocer que nuestros sistemas de gobierno todavía están basados en las filosofías de Descartes, Bacon y Newton. Ellos vieron el universo como una máquina compleja susceptible de ser comprendida por disección y análisis de sus partes componentes. Unido a esto, existía la convicción de que los humanos son los justos dueños y amos de este universo de objetos, con el derecho de usarlos para el beneficio exclusivo de la especie humana. Esta visión mundial creó una barrera entre los humanos y 'la naturaleza'. También nos llevó al engaño peligroso de que podemos desprendernos del destino del planeta y vivir alegremente en un mundo humano en el que la tecnología puede reemplazar a la Tierra como proveedora de todas nuestras necesidades.
Ahora sabemos que estas ideas son falsas. La verdad es que el universo es un inmenso torbellino de energía. Es un sistema en el que el todo determina la función de los componentes. Nosotros los humanos no somos más que una manifestación de un todo mayor, y debemos medrar o sobrevivir como parte de ese todo. En otras palabras, la satisfacción del ser humano es inalcanzable fuera de un tejido de relaciones saludables con la amplia comunidad de vida en la Tierra.
Es equivocado creer que podemos resolver las crisis ecológicas actuales manejando el planeta con una ciencia y unas técnicas más sofisticadas. Más bien necesitamos gobernarnos a nosotros mismos de una manera que sea congruente con la amplia comunidad terráquea, y dejar al leopardo y al Limpopo* ser lo que son.
¿Cuáles serían las implicaciones para los sistemas de gobierno si aplicáramos lo que algunos llaman "pensamiento sistémico" y que otros caracterizan como "la sabiduría antigua"? Primero, debemos reconocer que las sociedades humanas sólo pueden florecer a largo plazo si funcionan como una parte integrante de la comunidad de la Tierra como un todo.
Las leyes humanas y los sistemas de gobierno deben ser consistentes con la ley que gobierna el universo. Para empezar es necesario leer lo que Thomas Berry llama "el texto primario" -el universo mismo- que sugiere que la vida tiene una tendencia particular hacia la diversidad más que a la uniformidad.
En segundo lugar, necesitamos extender nuestra comprensión de gobierno y democracia hasta abrazar toda la comunidad de la Tierra, y no solamente la comunidad humana. Debemos reconocer que ese gobierno de la gente que es exclusivamente para la gente será destructivo, a menos que se oriente hacia el bienestar de la Tierra, de la cual se deriva el bienestar humano. Al tomar decisiones, necesitamos un punto de referencia más inclusivo, para asegurar que al ejercer nuestra libertad no destruyamos el bienestar de otras comunidades ni interfiramos con el desarrollo de sus roles evolutivos. En tercer lugar, una vez que hayamos reconocido que el universo existe en virtud de las relaciones cooperativas entre todas las especies, es claro que nuestro sistema de gobierno debe enfocarse al cuidado y a la protección de las relaciones entre los miembros de la comunidad de la Tierra. Esto sugiere que debemos determinar cuál es el comportamiento bueno o malo, en función de si aumentan o disminuyen los enlaces que constituyen la comunidad terrestre.
La dificultad radica en cómo empezar a traducir estas observaciones generales en políticas más específicas. Los humanos usamos una gama amplia de mecanismos para gobernar nuestro comportamiento.
Las leyes son probablemente las más obvias, pero igualmente importantes son los valores personales y sociales y la ética, creencias religiosas, tradiciones El gobierno, en todos los niveles, funciona dentro de un campo determinado por la ley. Las leyes están incrustadas en las sociedades y reflejan las perspectivas de quienes las formulan. Puesto que las leyes de las sociedades dominantes en el mundo están basadas en conceptos erróneos fundamentales, no debemos sorprendernos de que el efecto global de estas leyes sea la legitimación de la explotación continuada de la Tierra.
Un cambio fundamental de nuestros sistemas de gobierno requerirá mucho más que una reforma de las leyes existentes o la creación de nuevas normas.
Necesitamos echar una mirada larga y profunda, no sólo a nuestros sistemas legales sino también, y más importante aún, a las filosofías del derecho que las sustentan. Sólo creando una visión de una 'Jurisprudencia de la Tierra' podremos empezar una transformación total de nuestros sistemas de gobierno.
Una de las maneras prácticas de fortalecer la comunidad de la Tierra consiste en promover y empoderar a las comunidades humanas para que experimenten y aprehendan responsabilidad, comunión y empatía con el mundo natural.
Necesitamos, también, redescubrir un papel positivo y una ética personal que pueda apoyarnos -como individuos y como comunidades- en el objetivo de convertirnos en buenos ciudadanos de la Tierra.
Debemos además reevaluar los poderes que concedemos a aquellos que están desprendidos de la Tierra, particularmente a las personas jurídicas como las corporaciones comerciales. Las corporaciones son, por su misma naturaleza, incapaces de generar relaciones íntimas con la comunidad de la Tierra. Ellas no son seres que co-evolucionaron en comunidad, tampoco son sensibles a las necesidades de los otros, ni mucho menos son capaces de intimidad, de apreciar lo bello, el amor o la espiritualidad. Responden, eso sí, a la lógica de las teorías económicas que reducen los brillantes bancos de peces y los bosques sorprendentes, a un número de toneladas o metros cúbicos de recursos naturales. En el mundo corporativo donde todo tiene un precio, la belleza y lo sagrado no tienen valor y por tanto no tienen espacio.
No es por accidente que se ha hecho tanto daño al planeta por medio de las corporaciones. Las leyes que hemos promulgado no sólo permiten la constitución de corporaciones que actúan en forma rapaz para aumentar al máximo el valor de las acciones del inversionista, sino que también escudan a las personas de la responsabilidad completa de sus hechos. Incluso, una de las funciones principales de la corporación moderna parece ser la de proporcionar el medio para que un grupo pequeño de personas dirija a muchos otros, a menudo a una gran distancia, para que éstos hagan cosas que se considerarían profundamente antisociales si aquellos las hicieran personal y directamente.
Otra manera como podemos cuidar y proteger relaciones íntimas dentro de las comunidades humanas, es reemplazando nuestros sistemas presentes de justicia delictiva que institucionaliza la "venganza", con sistemas basados en la "justicia restaurativa". Tal justicia fue aplicada recientemente por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, encabezada por Arzobispo Desmond Tutu, que investigó crímenes del apartheid en Suráfrica. Este acercamiento de la `justicia restaurativa´ es fundamental para restaurar la justicia y la salud dentro de la comunidad terrenal.
Todo esto puede estar amenazando a aquellos que actualmente están involucrados en el gobierno. ¿Qué van a hacer los políticos si se les pide tener en cuenta los intereses de plantas, animales y ríos, que no votan? ¿Dónde queda el abogado si las últimas fuentes de la ley no se encuentran en bibliotecas jurídicas ni en la declaración de un testigo? Sólo pueden encontrarse las respuestas a estas preguntas en el pensamiento que va más allá de los límites impuestos por la cultura tecnológica e industrial. Sobre este asunto tenemos mucho que aprender de aquellas culturas indígenas que han tenido éxito viviendo durante milenios como parte de comunidades planetarias saludables sin destruir su hábitat.
Es tiempo para enfrentar el hecho de que no vamos a dejar de destruir el planeta con tecnologías más apropiadas, mejores técnicas gerenciales o un mayor número de tratados internacionales. La dura verdad es que necesitamos embarcarnos en una re-evaluación radical de nuestras estructuras de gobierno. Esto exigirá que dejemos a un lado muchos de nuestros prejuicios culturales, y desarrollar formas de respeto y diálogo con otros miembros de la comunidad de la Tierra. Será necesario reinventar rituales que conecten a los humanos con la Tierra y promover a los sucesores de los chamanes y de los ancianos sabios que articulen las leyes y medien en las relaciones humanas con el resto de la comunidad terrenal.
El Séptimo Congreso Mundial de Vida Silvestre aprobó una resolución, en noviembre del 2001, haciendo un llamado de ayuda a la Cumbre Mundial de Johannesburgo, para el desarrollo de una jurisprudencia que reconozca que las sociedades humanas deben regular su comportamiento de una manera que promueva antes que socave la integridad y la salud de la comunidad de la vida en la Tierra.
Independientemente de que la Cumbre lo haga o no, la Tierra lo necesita. Las personas que entiendan esto tienen la responsabilidad de despertar y animar a otros para participar en la urgente tarea que tenemos que enfrentar.
Tomado de: Resurgence. September / October 2002. No. 214. p. 36-38.
Traducción de Andrés Botero Bernal.
1 Cormac Cullinan es Director Ejecutivo de EnAct International, una consultora de política y derecho ambiental en Suráfrica y autor
de la “Ley Salvaje” recientemente publicada.
* Nota del Traductor: se trata de un río de África austral, en la vertiente del Índico, con una extensión aproximada de 1.600 Km y
412.000 Km2 de cuenca. Traza la frontera de la República de Sudáfrica con Botswana y Zimbabwe.
Descargas
Descargas
Publicado
Cómo citar
Número
Sección
Licencia
Los autores permiten a RCCP reimprimir el material publicado en él.
La revista permite que los autores tengan los derechos de autor sin restricciones, y permitirá que los autores conserven los derechos de publicación sin restricciones.