La educación del futuro a través de un espejo

Autores/as

  • Jaime Barrera Parra Universidad de Antioquia

DOI:

https://doi.org/10.17533/udea.rfnsp.996

Resumen

El primer colombiano que viajó al Japón en el siglo pasado fue un bogotano de nombre Nicolás Tanco Armero. Su travesía consta en un relato de 298 páginas lleno de apuntes sobre lo que encontró “parecido” o “distinto” de lo nuestro. De su llegada al puerto de Yokohama, por ejemplo, escribe: “En pocos minutos rodearon el vapor infinidad de botes, sorprendiendo mucho el traje de los remeros, que sólo llevan una bata larga y usan moño sostenido por peinetas, exactamente como las mujeres. Los congos o lanchas de carga los manejan hombres desnudos, parecidos a nuestros antiguos bogas, sólo que tienen todo el cuerpo cubierto de dibujos que se hacen con pólvora, picándose la piel con agujas como los marineros. Poco debe abrigarles esta capa artificial, y los hace aparecer como unas higuanas [sic] o lagartos humanos”.

Yo recuerdo haber llegado al Japón en una tarde de invierno de los últimos días de febrero de 1961 en uno de los primeros jets que cruzaron el Pacífico. Me sorprendió que, cuando el automóvil en que veníamos desembocó desde la autopista en una calle estrecha, los gigantescos buses parecieron lanzarse derecho a masacrarnos en un país cuyo tráfico yo ignoraba que se movía por la izquierda. Este fue sólo el comienzo de una serie de impresiones con las cuales llené mis primeras cartas. El arroz masacotudo se comía en tazas y no tenía ni una pizca de sal. Las verduras se servían en platicos alargados y había que cogerlas con palitos. El té no era rojo o anaranjado y no se tomaba con azúcar. El atún se servía crudo en tajaditas adornadas con ramos de perejil. En las casas se caminaba descalzo sobre bastidores de paja trenzada. Las puertas corredizas eran de cartón y las ventanas tenían celosías de papel. El baño se hacía en un tonel de agua hirviendo en el que se sumergía toda la familia. La calefacción consistía en un brasero colocado debajo de una mesa baja, cubierta con una manta bajo la cual todos metían las manos y las piernas. Los edredones de la cama se extendían sobre el suelo antes de acostarse y la almohada se parecía a un rollo relleno de cascarilla de arroz. Todas estas maneras, sin embargo, dejaron de ser extrañas con el tiempo. Todas ellas habrían de revelarme en su momento, una dimensión más profunda, que creo no ser diferente de lo que modernamente llamamos “historicidad”.

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Publicado

2009-03-30

Cómo citar

1.
Barrera Parra J. La educación del futuro a través de un espejo. Rev. Fac. Nac. Salud Pública [Internet]. 30 de marzo de 2009 [citado 31 de enero de 2025];18(2). Disponible en: https://revistas.udea.edu.co/index.php/fnsp/article/view/996

Número

Sección

Opinión